martes, 23 de septiembre de 2014

Regreso

Ese día volvió de su trabajo más cansada que de costumbre. Cada día cuando iniciaba sus tareas sabía del esfuerzo que le significaban. No habían pasado los años en vano, cuando no dolían los huesos, dolía cualquier otra cosa. Pero esa noche era diferente. Sentía cansada el alma.

Se acostó siguiendo las rutinas de siempre, la ropa ordenada para el nuevo día, la higiene habitual, ver un poco de televisión esperando quedar dormida, también como de costumbre, con el aparato prendido.

Esa noche apareció por primera vez en su sueño. Al despertar seguía estando presente. Lo recordaba tan real como si lo hubiera conocido en la vida misma. ¿Era la vida sueño o el sueño era la vida?

Lo vio en la vereda, pobremente envuelto. Se acercó para cerciorarse que era un niño. Si, parecía recién nacido. Lo levantó con cuidado. Era hermoso. Le sonreía. Hizo con sus brazos una cuna y lo miró con ternura. En su pequeño rostro creyó ver el rostro de sus hijos.

Desde esa primera noche en que lo conoció, la siguió acompañando. Casi sin excepción aparecía en su sueño, sonriente, silencioso, estirando hacia ella sus pequeños brazos esperando sentir su calor y su afecto.

Si alguna noche no soñaba con él, al despertar se preguntaba si seguiría existiendo…Durante las noches su presencia era casi constante. Lo necesitaba, formaba parte de su vida. Pequeño desconocido por el que sentía la extraña obligación de cuidarlo, quererlo, tener la certeza de que no sufría, que nadie le hacía daño…

Sus hijos eran adultos y los nietos no la necesitaban. Pero, por la noche, consciente de lo irreal, esperaba a ese niño que no reconocía su vejez y que agradecía sonriente su cariño.

Finalmente aceptó su existencia en ese mundo donde el absurdo y lo real se mezclaban impunemente, donde podía acariciar a un ser que extendía sus brazos y también le ofrecía su amor.

Era casi un pacto. Yo estoy, tú estás. Pacto en silencio. Solo presencia.

Una noche se produjo el milagro. El niño habló: - No te preocupes más por mí. Estaré siempre contigo…

En el mismo instante un vagido le anunció que nacía.

Y ella se escondió en un rincón del pequeño cerebro, para acompañarlo cuando él tuviera cansada el alma.